martes, 8 de octubre de 2013

El camino de la biodiversidad ¿Vamos en reversa?

 

     La Tierra sufrirá cambios radicales en unas cuantas décadas. Es la oportunidad para que los que vivimos en las ciudades las convirtamos en jardines que reconstituyan todo el ecosistema global.      
La Tierra sufrirá cambios radicales en unas cuantas décadas. Es la oportunidad para que los que vivimos en las ciudades las convirtamos en jardines que reconstituyan todo el ecosistema global.


Habría que decir que 20 años no es nada para la mayoría de los seres vivos. Pero para aquellos que sobreviven el centenar de años, el cambio radical que afecta la biosfera, desencadenado por la Era del Humano, implicará una historia distinta: a menos que la innovación cultural –que permitió al Homo sapiens colonizar todo el planeta en menos de 100.000 años e inventar la agricultura hace 10.000– sea capaz de proponer una estrategia adaptativa radicalmente novedosa, el cambio global será devastador. Y veinte años puede ser todo lo que quede.

Para muchos expertos, alrededor del 2025 se alcanzará el umbral en que los sistemas de soporte vital del planeta comiencen a colapsar, dejando un rastro letal de plagas, epidemias y eventos ecológicos extremos ligados con el rompimiento de las condiciones de estabilidad planetaria. Cada país estará en condiciones diferentes para absorber estos impactos, y Colombia, por su riqueza de especies y ecosistemas, tal vez sea más resiliente que otros, aunque hasta ahora no se hayan puesto en práctica muchas de las alternativas propuestas.
Especulemos entonces un poco con algunos escenarios, ya que con los sistemas vivos es muy difícil hacer predicciones, afortunadamente. Para ello, situaciones del pasado geológico y climático del planeta y del país podrían ayudarnos, advirtiendo a quienes digan que se están mezclando escalas diferentes, que se equivocan: lo que significó millones de años para la evolución de la biosfera planetaria, lo ha modificado la humanidad en decenas, y veremos por ello sus consecuencias en cuestión de décadas.

En primera instancia hay que pensar en los efectos de la variabilidad climática que experimentamos y que se incrementará drásticamente en las próximas décadas. Esto, a su vez, afecta todos los procesos biológicos y económicos. Así, la agricultura y la producción animal se hacen más difíciles; los cultivos son más susceptibles; los ciclos de nutrientes, caóticos; las vacunas y los tratamientos del siglo XX, insuficientes. Esto, porque los microorganismos serán los primeros en brindar soluciones a los ambientes novedosos del planeta, marcados por una atmósfera saturada en CO2 y unos procesos bioquímicos y fisiológicos afectados por la acumulación de nitrógeno y fósforo. Hablamos de un planeta nunca vivido por los humanos, ni por muchas de las especies que nos acompañan.


Dicen quienes excavaron los yacimientos paleontológicos de La Guajira, una exuberante selva ecuatorial hace 60 millones de años y hoy un desierto, que cifras de carbono como las que se proyectan para 2030 corresponderían a una vegetación con crecimiento hoy inexistente, debido al metabolismo de zonas cálidas y húmedas ecuatoriales: hojas, flores y gusanos más grandes, serpientes descomunales… Claro está que ello dependerá de la combinación que resulte de los cambios de pluviosidad y temperatura y, en especial, de la distribución e impacto de eventos extremos, cada vez más frecuentes: torrenciales aguaceros, vendavales, sequías prolongadas.

Podríamos, entonces, imaginar en muchas regiones de Colombia ciertas tendencias en el ecosistema, exagerando para entenderlas: el resurgimiento de dunas activas en los llanos orientales, con arenas devorando las sabanas debilitadas por el fuego recurrente y migrando hacia el occidente, con bosques de moriches y pantanos entreverados a manera de oasis, paraísos recuperados para caimanes y tortugas. Paralelamente, algunas selvas se tornarán sabanas: el Parque Nacional Chiribiquete podría empezar a evidenciar parches de arenas y rocas descubiertas.


Podríamos también ver el crecimiento de fangales en las costas del Pacífico, donde las avalanchas de lodo de la cordillera Occidental podrán más que el vigor de las selvas, afectadas por la minería y la deforestación. Deltas gigantes sobre el mar, felicidad de esteros, manglares y cangrejos, molestia de peces de aguas claras y de corales… que ya casi no existirán, arrasados por la sedimentación acelerada del Canal del Dique y el río Magdalena. Los arrecifes también resultarán imposibles de construir por la escasa disponibilidad de carbonato de calcio en el océano ácido, dando paso a oscuras aguas favorables a peces menos coloridos, más gusanos, menos erizos y conchas. Los mismos sedimentos seguirán llenando la Depresión Momposina, haciendo incontrolable el cauce de los ríos y ampliando la frontera del humedal. Y las tierras de ladera, más erosionadas, dominadas por los deslizamientos, serán imposibles de manejar con buldózeres, estables solo donde los bosques plantados hayan prosperado.


Sin glaciares y con menos agua, la mayoría de los altos Andes será más árida, con menos café, más yuca, y con millones de habitantes todos nacidos en ciudades poco conocedoras de dinámicas ecológicas pero que, si son tan ricas e inteligentes como parecen estar mostrándolo, serán capaces de elegir líderes para construir sus ciudades como nuevos jardines, con plantas y animales cosmopolitas, protegidos antinatural pero gentilmente por personas con nuevos misticismos, y de las cuales dependerían cada vez más para su sustento.


Porque serán las urbes las que definan las nuevas organizaciones bioculturales del mundo mientras tengan energía: la mayoría sin grandes fieras ni árboles, es cierto, todo hecho a la medida humana. Muros de orquídeas y bromelias en los anuncios de los centros comerciales; manadas de pequeñas aves y mamíferos disputándose los frutos de los jardines y las avenidas, cada vez más limpias y menos tóxicas, contrario a los campos plastificados hostiles a todo mundo silvestre, donde a un costo exuberante se producirán los alimentos… Ciudades con lagos artificiales albergarán ecosistemas emergentes donde se refugien los peces que el hambre y el mercurio de otros ríos exterminaron, y el régimen moral de lo humano buscará juzgar los pleitos entre ratas y ardillas, mediando entre ellos con los mil ojos de su nanotecnología vigilante.


La biodiversidad es el resultado de la historia y lo seguirá siendo. Muchas especies perecerán o quedarán congeladas en nuestros bancos genéticos, pero quizá no las que hoy consideramos amenazadas: el cambio global representa nuevas oportunidades para las plantas o animales escasos.


En veinte años es posible que veamos un mundo más silvestre en donde hoy es silvestre; más incontrolable, donde antes creíamos controlarlo todo y donde solo las sociedades rurales más flexibles y sofisticadas podrán incursionar; donde nuestros pueblos campesinos, indígenas y afro tendrán mejores soluciones ecológicas que los sistemas agroindustriales que no se reinventen. Y también tendremos un mundo urbano más doméstico pero más diverso, donde muchas especies tendrán acogida temporal mientras nuestras nietas y nietos se inventen una manera de volver a habitar Colombia, y su planeta, con 1.000 ppm de carbono en la atmósfera.


Brigitte Baptiste: Directora del Instituto Humboldt.

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